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Mostrando entradas de 2021

Mi abuela

  Por ELLA y sus 102 años es que digo que, a mis 51, estoy a mitad de la vida…Esa elegancia, esos genes: ¡Espero haberlos heredado! Mi abuela Polina es todo un ejemplo de la mujer, de la madre dominicana: Cosiendo (hasta hace poco, se confeccionaba sus propios vestidos), dando clases, haciendo dulces, vendiendo leche junto a mi abuelo Mero, logró sacar del campo a sus dos hijos. Primero de la Enea (un campo de Higüey) a la Romana; y luego de la Romana a la Capital (y a Barcelona, al más pequeño).  No descansó hasta que sus dos retoños fueran profesionales; por encima de los deseos de mi abuelo Mero, que necesitaba brazos extras para trabajar el campo…Me imagino escúcharla decirle a su esposo con firmeza: “¡No señor! Esos dos muchachos van a estudiar y ser profesionales” Así lo consiguió, uno ingeniero (mi papá Samuel) y otro doctor (mi tío Pito)…Orgullosa hace la historia de todas las piruetas que hubo de hacer para conseguir su anhelado sueño. Aunque mi abuelo Mero también, al final,

Catania

  Mi viaje al rededor de Europa en el 2000 incluyó una breve visita a Catania y a el volcán Etna...En esa ocasión le ofrecí 100 dólares a un simpático taxista, para que me sirviera de guía y chofer por el día entero. Quisiera recordar el nombre de aquel hombre, que me divirtió y acompañó por todo un día, hasta que me dejó en el aereopuerto de Catania en la noche; desde donde partiría rumbo a Bari, Italia;  y luego a Grecia (algún día sacaré tiempo para hacer la historia completa del viaje por Europa que hice, en 2000, para celebrar mi 30 cumpleaños).   En esta ocasión ( para mis 50) volví a Catania, en mi afán de conocer Sicilia a profundidad; desde mi “centro de operaciones” en Palermo....Me quedaría en un pequeñito y renovado estudio, frente al Castillo de Ursino...¡Despertarme y tener como vista este castillo, me hizo sentir como toda una princesa!  Definitivamente soy del equipo Catania: ¡Me gustó mucho más esta ciudad, que Palermo! Además de todas las atracciones que tiene esa par

Sicilia

 Palermo, efectivamente, sería mi centro de operaciones, en mi intento de conocer todo lo que pudiera, de la históricamente disputada y codiciada isla de Sicilia. El sistema ferroviario de la pequeña isla “al sur de la bota” que representa Italia en el mapa europeo, no es el más moderno ni el más completo; pero me serviría para intentar recorrer la isla utilizando mi Eurail (ticket de tren del que te he hablado en otras entradas de este blog). Agrigento, el Valle de los Templos y la playa San Leone fueron el inicio en tren de mis aventuras fuera de Palermo. Llegaría en tren a la histórica y arquitectónicamente hermosa estación de tren de Agrigento, ciudad en la costa suroccidental de Sicilia. Caminaría 2.5 kilómetros, colina abajo, hasta llegar al Valle de los Templos, patrimonio de la humanidad, que data del siglo V a.c. Luego de recorrer este histórico e impresionante conjunto arqueológico; me fui a conocer la playa de San Leone, a disfrutar de un refrescante baño (¡el sol de verano

Dolce far niente

    “El disfrute del hacer nada”, un concepto que es muy popular entre los italianos, y que me llamó la atención el mismo día que lo escuché. A mi parecer es un arte, el saber disfrutar del hacer nada; y una necesidad, que la humanidad debería incorporar a su estilo de vida. Yo, que lo practico habitualmente y lo recomiendo, te aseguro que te recarga las energías y te drena ansiedades....Y te aclaro que la filosofía detrás de tan inusual practica, no puede estar más alejada de la vagancia o la pereza. Hacer un alto en un vida, no para dormir, no para descansar porque se está cansado o enfermo, no para ingerir algún alimento o para darse un masaje; es hacer un alto para literalmente hacer nada, ¡y disfrutarlo! En un mundo en el que la rapidez y la hiperactividad está a la orden del día; bajar el interruptor de la actividad y ponerse en off, pero con los ojos abiertos, es un deleite que invito a que experimentes.   Ver la gente pasar, ver las hojas de los árboles moverse, contemplar el v

Palermo, Sicilia

 En uno de mis dos recorridos maratónicos  en tren por Europa, había conocido Palermo y Catania (con El Volcán Etna incluido). Fue por allá por el 2000, cuando a bordo de un Ferry, desde Napoli, había llegado al puerto de Palermo. En esta ocasión, 20 años después, retornaba, también a bordo de un Ferry, pero que había partido de Génova, a un puerto, mucho más grande y moderno, de Palermo.  Aquella vez solo estaría un día en Palermo, en esta vuelta había reservado un pequeño apartamento en el centro histórico, cerca del viejo puerto, por un mes. Había soñado con sumergirme en el ambiente y la cultura siciliana por mucho tiempo, desde el 1992; ya que en mi primera visita a Italia, alguien me había dicho que yo parecía siciliana, incluso me enseñó mi primera frase en italiano: “Io sono siciliana e Mio marido è molto geloso” (soy siciliana, y mi marido es muy celoso); esto lo debía decir si me encontraba en una situación incómoda con un “ragazzo”. Me encontré un Palermo, en medio de la pan

Cincuenta

  Y llegué a los cincuenta, después abundantes aventuras, cientos de momentos de literal locura, cantidad de alegrías, un mar de lagrimas, suficientes recuerdos para mis años de mecedora, y mil y una historias que contar. En mis primeros diez años, disfruté del jugar al aire libre, de encaramarme en incontables árboles, bañarme en ríos y playas, enterrarme en la arena, elaborar bizcochos de lodo adornados con piedras de colores, hacer collares de flores, perseguir mariposas  y correr con pies descalzos en la grama. Hasta llegar a los veinte, me enamoré decenas de veces, viví intensamente los veranos, descubrí y asumí el romanticismo, me uní a las filas de los rebeldes sin causa, atesoré en mi corazón hermanas de la vida y me suscribí al club de los eternos aventureros. De los veinte a los treinta un hoyo negro absorbió parte de mi corazón cuando partió mi madre; me hice profesional, recluté como mejor amiga a soledad, confeccioné mi uniforme de viajera empedernida, descubrí las sombras