Y llegué a los cincuenta, después abundantes aventuras, cientos de momentos de literal locura, cantidad de alegrías, un mar de lagrimas, suficientes recuerdos para mis años de mecedora, y mil y una historias que contar.
En mis primeros diez años, disfruté del jugar al aire libre, de encaramarme en incontables árboles, bañarme en ríos y playas, enterrarme en la arena, elaborar bizcochos de lodo adornados con piedras de colores, hacer collares de flores, perseguir mariposas y correr con pies descalzos en la grama.
Hasta llegar a los veinte, me enamoré decenas de veces, viví intensamente los veranos, descubrí y asumí el romanticismo, me uní a las filas de los rebeldes sin causa, atesoré en mi corazón hermanas de la vida y me suscribí al club de los eternos aventureros.
De los veinte a los treinta un hoyo negro absorbió parte de mi corazón cuando partió mi madre; me hice profesional, recluté como mejor amiga a soledad, confeccioné mi uniforme de viajera empedernida, descubrí las sombras más oscuras de mi alma, debuté como exitosa empresaria, amé intensamente y con locura, y la vida me obsequió con un hijo.
De los 30’s tengo vagos recuerdos, sé que llegué al límite la cordura, coqueteé con la locura; y de alguna manera me las ingenié para sobrevivir y llegar a los cuarenta.
De los cuarenta a los cincuenta, asumí responsabilidades, logré enmendar interioridades, apagué incendios emocionales, me miré por primera vez a los ojos e inicié un romance conmigo misma.
Los cincuenta los inicio con humildad y agradecimiento, con cautela y comedimiento. No me hago promesas, me conformo con decirme constante y sinceramente que me amo…
Lissette
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