Me habían avisado que mi vecino en Madrid sería un tal Don Manuel, un señor mayor, de unos 90 años. Los que me conocen saben que esto para mí era una bendición: Siempre me he inclinado a acercarme a personas mucho mayores que yo (quizá por lo bien que me he llevado, y lo mucho que he disfrutado a mis abuelos paternos: Mero y Polina) su sabiduría e historia, para mi, son combustible vital.
El Pequeño piso donde residiría por un año queda en un bajo, y da a un pequeño patio interior. Hay 3 puertas en la herradura que forma el patio: la que sería mi puerta, la de don Manuel y una tercera que permanecería cerrada la mayor parte del tiempo.
El frente del piso de don Manuel, que además es el encargado de los asuntos comunes del edificio, está forrado con azulejos andaluces y plantas en pequeñas macetas....Tan lindo me encontré la composición en la fachada de don Manuel, que veloz fui a comprar algunas plantas para poner en mi frente, y hacerle el juego a don Manuel. Esto le hizo mucha gracia al amable y simpático señor, quien me prometió ayudarme a cuidar de las plantitas (ya le había dicho que no sabía mucho de cómo cuidarlas).
Desde un principio don Manuel me puso claras las reglas de la comunidad, y yo respetuosa le prometí que cumpliría con todas...Y así, fueron transcurriendo los meses. Don Manuel pasaba a medio día lentamente por el patio, camino para ir a almorzar en la casa de su hija Mariangeles, que vive en el primer piso del edificio...Si tenia días sin ver a don Manuel, le tocaba la puerta para saludarle: Siempre decía lo mismo: “Hola hija, gracias por venir a saber de mi”
Y llegó la pandemia: Por su edad, don Manuel se encerró en su pequeño piso y por mucho tiempo no salió...Yo le di su espacio y no volví a tocar a su puerta. Me conformaba con preguntarle a Mariangeles (que le compraba el pan todos los días a su padre, y le bajaba la comida) cómo se encontraba su papá: “¡Asustado!” me respondía.
Cuando pasó el primer mes de cuarentena, don Manuel se animó a salir a tomar un poco de aire fresco a la puerta de su casa; se encontraba conmigo sentada en una silla, tomando el sol y oyendo música. Así, poco a poco, fuimos entablando conversaciones: Me contaba sobre su difunta esposa y lo bien que cocinaba, sobre su pueblo (donde se habían enamorado), sobre sus hijas (las que le quedaban, pues se le había muerto 3 hijos)....Fue lindo ir conociendo sobre la vida de este hombre trabajador de toda la vida, pintor de casas de profesión, al que en su tiempo le gustó bailar, y recorrer España en los meses de verano en una caravana enganchada a su vehículo.
Ya me quedan pocos días en Madrid: estoy preparando maletas para irme de aventura por los mundos de Dios europeos...
Ya he salido de paseo varias veces, luego de que se levantara el confinamiento: En uno de esos paseos, don Manuel pensó que me había ido sin despedirme de él:
- “¡Pensé que te habías ido hija, sin decirme adiós!”
-“¡No don Manuel! ¿Cómo cree?. Ya me faltan pocos días para irme, ¡pero, claro que me despediré de usted!
-“Le he dicho a tu casero que me tiene que traer de vecina a otra chica cómo tú: ¡Eres una ciruela!”
Me rio...¡es tan cariñoso don Manuel!
Lissette
¡Lissette! Me da una gran alegría leer este post. Como casero del apartamento donde has vivido este año puedo decir que ha sido una bendición tenerte. Ya sabes que puedes contar con nosotros para todo lo que necesites y que espero estar en contacto contigo porque eres una gran persona :) El señor Manuel es otra bendición y efectivamente es una suerte contar con un vecino con él. Un fuerte abrazo!
ResponderEliminarGracias a ustedes Victor! Me he sentido como en casa y ustedes a la vez han sido una bendición al igual que don Manuel! Abrazos!
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