Llegué un día de otoño por la mañana al apartamentito que había alquilado en Madrid; y que sería mi hogar mientras cursara el Master en el que me había inscrito. Había llegado muy tempranito al aeropuerto de Barajas, y luego de tomarme un café, abordé el taxi que me trasladaría a mi nueva residencia: Estaba tan eufórica, que no paré de hablar con el taxista, que era un hombre muy ameno. Cuando llegamos a la dirección, me ayudó con el equipaje y me deseó suerte en mi nueva aventura. El taxi no había bien doblado la esquina, cuando me di cuenta de que había dejado olvidada, en el asiento trasero del vehículo, la mochila donde traía LITERALMENTE la vida: Mi pasaporte, el dinero y las tarjetas de crédito, la computadora.
Solo puedo decirles que ya sé lo que se siente que se
te abra el suelo. Llamé, desesperada a mi hermano Francisco, que ya tenia unos
meses en Madrid estudiando, para que me diera alguna idea de qué hacer; él a su
vez llamó a su primo Aldo, que vivía en Madrid hacia ya unos años, quien se
comunicó con la compañía de Taxi que usualmente presta servicios en el aeropuerto.
Las averiguaciones no arrojaban mucha esperanza de que yo pudiera comunicarme o
encontrar a un taxista al que le había pagado en efectivo, y del que no sabia
el nombre, a pesar de haber conversado animadamente con él por la media hora del
trayecto. La respuesta en todos los lugares a los que llamábamos era la misma:
La única oportunidad era que el taxista llevara la mochila a un centro de acopio
donde usualmente se llevan los objetos olvidados en los taxis; pero esto era
una lotería en sí.
Habían pasado casi dos horas, mi hermano Francisco había
abandonado su clase en la universidad para reunirse conmigo, y me había ayudado
a entrar el equipaje en el apartamento. Cómo no me podía quedar tranquila, nerviosa volví a salir al portal del
edificio; y de repente salí corriendo por la estrecha calle. Mi hermano Francisco, que salía en ese momento desde el interior del edificio, me vio
correr por el medio de la calle sin entender lo que me pasaba.
El taxista había regresado, estaba buscándome con la
mirada desde la calle perpendicular; y yo al verle, lo reconocí de inmediato y
corrí a su encuentro:
-“Aquí tienes tu mochila. Una pasajera que recogí después
de dejarte la vio, y me la entregó. Tuviste suerte, porque no me había dado
cuenta.”
Me dijo que había tardado un poco porque esa pasajera
iba a un lugar un poco retirado. Mis sentimientos en ese momento son difíciles de
describir: Una mezcla de alivio, alegría, agradecimiento, sorpresa...Luego de
abrazar al sorprendido taxista, le di una recompensa que no quería aceptar;
pero ante mi insistencia lo tomó y me volvió a desear una buena estancia en
Madrid. Montándose en su taxi, que había dejado en medio de la calle, se
marchó. Nunca más volví a encontrarme con aquel buen hombre, que había salvado
mi primer día en Madrid.
Lissette
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