Temprano salíamos camino de Maní Blanco. Pasábamos por Higüeral, con sus nítidas casitas, construidas por el Central Romana. Poco después venía Guaymate, y unos kilómetros más allá, en una pronunciada curva en la carretera, nos adentrábamos entre los cañaverales. Llegábamos, entre caminos de tierra (algunas veces muy enlodados), cruzando un viejo badén de concreto sobre el río Chavon , al corral donde ya estaban ordeñando las vacas con la estampa de las iniciales de mi abuelo, EHC (Emérito Herrera Cedeño).
Recuerdo el olor a estiércol de ganado, recuerdo los “muuuus” y “beeees” que hacían los animales aglomerados en el corral; recuerdo el olor a leche recién salida de las ubres de las vacas; recuerdo la casita de madera del encargado de la finca, al otro lado del camino, frente al corral. Recuerdo el olor a leña quemada que venía del fogón detrás de la casita; recuerdo el fresquito que siempre había en esa particular loma de Maní Blanco, ¡la ñoñería de mi abuelo Mero! (Ahí le celebramos su 92 cumpleaños). Recuerdo el frondoso árbol, a un lado de la casita del encargado, debajo del cual le sacaban la silla a mamá Polina cuando acompañaba a abuelo Mero al campo.
En esos días de campo,con mi abuelo Mero, aprendí a ordeñar, estampar y arrear vacas. Aprendí a amar el verde del campo, a preocuparme por la sequía…Aprendí que en el campo, nadie se aburre, que siempre hay algo que hacer.
Luego de que terminara el ordeño, íbamos en vehículo o a caballo, a la Enea, a la ferretería/colmado/almacén de productos agrícolas que hay junto a la carretera Seibo-Higüey, donde mi abuelo pagaba las facturas pendientes, ordenaba algún insumo que necesitaba y SIEMPRE me compraba algún refresco o golosina que le pidiera. En el camino recuerdo como se paraba a saludar viejas amistades, que le brindaban café o algún “bocadito”. Porque de la Enea era mi abuelo, y donde inició su familia junto a mi abuela Polina y donde nacieron mi papá y mi tío (creo que aún se puede ver el piso de concreto donde antiguamente estaba su casita de madera). Me encantaba lo sociable y relajado que era mi abuelo Mero; para él, ir al campo era más que un día de trabajo, era un día para vivir a plenitud y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.
Luego de visitar otros pedazos de tierra que tenía, con siembras de limones, maíz u otros productos, volvíamos a la loma de Maní Blanco, e iniciábamos el camino de regreso a la Romana, cansados pero contentos, con bidones de leche en la parte atrás de la camioneta: primero una gran camioneta roja de marca americana y luego un jeep amarillo, duro y saltón, creo de marca Toyota.
En la Romana nos esperaba la abuela Polina, lista para vender la leche que traíamos, por galones. Nos tenía la comidita tapada, pues sabía que traíamos apetito, luego del largo día en el campo. Me encantaba que hasta comer con mi abuelo Mero era divertido: ¡jugábamos a ver quién comía más rápido!
Luego de comer y vender la leche por galones, mi abuelo y yo cruzábamos a la acera de enfrente a “ventear” (ya te lo he contado en la entrada de este blog de “Dolce Far Niente”), y así terminaba mi día de aventuras con mi abuelo Mero, que era todo un personaje y mi héroe favorito.
Mi abuelo Mero era un hombre de campo, un hombre de trabajo, un verdadero amante de la naturaleza, un abuelo cariñoso y sabio. Con él aprendí muchas cosas, y a él lo extraño cada día….
Me dicen que me parezco mucho a él, que cuando mi mamá estaba embarazada “se le cogió con él”, que no lo podía ver ni en pintura: ¡pues le salí clavada al abuelo Mero! 😂
Espero querido lector, que hayas disfrutado junto conmigo de lo que era un día con mi abuelo Mero…¿Recuerdas tú a tu abuelo?
Lissette




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